Zócalo de la Ciudad de Puebla

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Lucha Libre

11 de enero de 2016

[Un año]

Pareciera que fue ayer el instante cuando decidí escribir nuevamente. Ciertamente, han pasado ya días, incluso años en los que la quimera de una cabeza que se inunda de ideas al paso de las horas se ve obligada a dejarse a un lado, matarse por compromisos que adquiere en cuanto agrega años a su calendario. Y sí, su cuerpo se ve obligado a cambiar de hábitos, costumbres, momentos e instantes que solo los que le acompañan permiten y en su mayoría no avalan. No les conviene, porque los deja exhaustos de ridículos sociales acompañados de los que hacen mofa por no corresponder la basura de los diarios personales. 

Ya estoy aquí, repasando disco-grafías de los mismos raros, mañana tras mañana. Tarde tras tarde. Madrugada tras madrugada. La noche la ocupo para perder el tiempo; ya está todo pensado. Duermo en el halo de lo secreto, el que proyecto cuando converso. Luego vienen preguntas a mi mente, y básicamente cuestiono mi actitud diaria hacia lo nuevo, lo viejo y si aprendí algo más para sobrevivir un millón de años. Al instante me doy cuenta que no es así, ni siquiera me acerco a lo habitual. Estoy comenzando a llenar de estragos lo que alguna vez consideré que definía cada palabra que salía de una exasperante búsqueda de mí misma. Me cansé y no lo encontré, no lo he encontrado. Y pienso seriamente que lo dejé. Lo dejé ir como cada oportunidad de mi vida. Tal vez tomé las peores decisiones, pero me quedé cerca, con cautela fui constante y aprendí de cada una de las cosas que cruzaron por mi camino e impactaron en mi vida. Podría haber cambiado de ideas. Pero volví a quedarme donde ya nadie me necesitaba.  

Fue casi un año de aventuras absurdas que se quedaron en lo ilógico y sinrazón. Era yo quien buscaba peripecias de cualquier índole. Cambie de rutinas y miré más lejos de lo que acostumbraba. Solía esconderme en lo natural y en lo bello del desastre; muchas veces le encontré sentido a la pobreza y me llené de ella dejando a un lado los caprichos del mundo material. Ahí entendí que no quiero vivir la vida de un esclavo, de un obrero de clase mundial que nunca deja la rutina. Fue ese momento. Mi momento. Decidí que me daba igual a partir de ahora lo que la vida preparase para mi. Después mire a mi alrededor. Había personas, cerca y lejos. Había amistades, ambiguas e imperiales. Pero la curiosidad era mía. Y temía que algún día se tornara al final de mis días. Ya todo comenzaba a perder la razón...

Había gente que me decía cómo mejorar mis contenidos, mis espacios y mis palabras. Mis modales y las pautas de mi conducta. Jamás imaginé que existiese una autoridad que bloqueara la mente de aquel que carece de experiencia. Y que una voz, una mirada o un movimiento de ese sargento me diría tanto de lo que yo despreciaría ser en un futuro. Comenzaba a darme miedo el simple hecho de hablar. Me tragaba tanta participación se me ocurriera. Dejé de gritar mis experiencias y dejé de compartir mis deseos. Fue ahí cuando regresé; busqué un refugio. Hubo una terrible regresión. Pero fui yo. Yo lo permití. 

Este año tuve el placer de llorar. Lloré porque perdí motores, y perdí esperanzas. Recurrí a pensar que existían los milagros y descifré que las máquinas dejan de funcionar porque se deterioran, no porque sean humanas. Creo que jamás lo serán, pero ya han comenzado a sustituir lo que tuve el placer de disfrutar de niña. Mi familia quebrada y mis amigos los raros. Siempre fieles a su entorno. Ella se me fue antes, dejó de verme realizada. Planeaba realizar lo que aún desconozco. Pero se que está ahí, esperándome. Ella también. Ambas. Una real y la otra abstracta. La real por la cual existo. Mi mejor compañera. Suelo soñarla y siempre lloro al verla. Me dice que está bien pero despierto tan repentinamente como si estuviera dentro de una pesadilla. Esas que te aceleran el corazón y te permiten apreciar que sigues vivo. Creo que la encontraré algún día con la misma paz que se la llevó en 20 días.

Otro año de música. Gracias a la vieja escuela. Música que frustra mi ambición de estudiarla y perderme en ella. Conocí finalmente la admiración. Conocí a través de sonidos a alguien tan similar a mi. Tan lejos de mí. Ejemplo y compañía que nunca va a ocurrir. Ya estoy ahí, oliendo el alelí. De día, por ahí. Mis amigos en el patio me están invitando a jugar. Madre mía ya no llores, si me quiero portar mal. Me quedaría a vivir en tus tetas pero también debo trabajar. Fue ese momento cuando volví a huir. Viaje para verle. Era él. Tan alto y tan perfecto. Podría llamarlo el hombre ideal. El que nunca hace alarde de lo que sabe y que reconoce con humildad lo grande que es. Lo veo cada día al despertar y en el momento en que voy a soñar. Siempre sueño. He soñado con él. Siempre lo escucho. No me es suficiente cantar a su lado. Me alegra que exista, tan lejos. Podría amarlo tanto. Lo tuve en mis brazos. Me tuvo en sus brazos. Me regaló música y le regalé piedras. La vida le regaló un hijo y yo escuché la madurez de sus letras. Aprendió qué hacer con su soledad. Nadie me enseñó qué hacer con mi soledad. Creo que golpearé y entraré a mi cuarto oscuro. Bastará para ponerme de acuerdo bien.  

Leer esto, no te importa, ni menos hoy. Todos somos iguales, iguales de tontos e iguales de raros. No cabe duda que creerse superior se convierte en un pasatiempo para los más débiles. Siempre hemos querido ser lo que todos quieren admirar. Yo quiero ser yo y dejar de perderme. Solo que tengo que hacerlo por instantes. Y son esos instantes los que hacer desviar mis intenciones de querer quedar bien con todo el mundo. Tan elocuente que suenan y se leen mis pensamientos. Aunque seduzco más con una plática sincera y un momento romántico en donde lo erótico toma el papel protagonista. Zonas erógenas, placer y vida. Cripta y vida. Muerte y nacimiento. Clavicordio y clavecín. Fuga y tocata. Tú y yo. 

Otro año de esperar por el afamado sentimiento que une vidas y mantiene con fe al mundo. Amor. Lov. Love. Eso que nunca me pasa. Eso que siempre he querido sentir, y es con lo que todos juegan. Eso que sé describir cuando me despido de todo al que pude llegar a querer. Al que amé en sueños. Al que le dedico canciones invisibles que solo mi mente ha recitado. Amor de hombre, amor de niños, amor de mente. Amor demente. Amor enfermo. Amor lejano. Amor erótico. Amor sencillo. Amor completo. Amor que reclama y que duele. Amor pasajero. Amor olvidado. Amor. Lov. Love...

Máscaras invisibles comienzan a tapar mis gestos. Ahora dejo de caminar por los salones donde siete bancas se vaciaban antes de terminar la sesión del día. Ahora comienzo a suplicar por un trabajo que me dé de comer para también seguir comprando los cosméticos que hacen a mi cara aparentar un número de serie que al ser escaneado es apto para ser explotado. Ansiosa espero ese día donde todo se vuelva tan rutinario. Práctico y estúpido. Ese día, creo; está llegando, y solo pasó un año.






Fotografía y escrito: Michelle Aguilar De León. Inspirado en P. Subercaseaux.

Fotografía Pedro: LGblog.cl 
Música: C. E. P. Bach - Concierto para Clavicordio en Fa Mayor.

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